Juventud y vida religiosa
Nacida el 2 de mayo de 1806 en Fain-les-Moutiers (Francia), en el seno de una familia de campesinos acomodados, Catalina se ve obligada desde muy joven a hacerse cargo de la casa tras la muerte de su madre. Decidida a abrazar la vida religiosa a pesar de la oposición inicial de su padre, Catalina ingresó en el seminario de la rue du Bac de París el 21 de abril de 1830, a la edad de veinticuatro años. Durante su noviciado tuvo frecuentes visiones del Señor y de la Virgen, justo cuando París celebraba solemnemente la traslación de las reliquias de San Vicente de Paúl. Durante esos días, la joven novicia tuvo visiones del corazón de San Vicente sobre un pequeño relicario en la capilla de las monjas de la rue du Bac durante tres días consecutivos.
A lo largo de su noviciado, Catalina tuvo otras visiones significativas, pero las más notables fueron las apariciones de la Inmaculada Concepción.
Las apariciones de Nuestra Señora
En la noche del 18 de julio de 1830, mientras Francia temía una nueva revolución, Catalina fue despertada por el sonido de una voz angélica que la llamaba desde una capilla: allí experimentó una visión de la Virgen María, que se le apareció rodeada de una luz dorada.
Otra aparición tuvo lugar el 27 de noviembre del mismo año: durante esta visión, Nuestra Señora animó a Catalina a forjar una medalla que traería grandes gracias a quienes la llevaran con fe. La Medalla Milagrosa, con la imagen de Nuestra Señora en una cara y la M de María en la otra, rodeada por las palabras «Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti» vería una increíble difusión y se haría conocida por los muchos milagros y conversiones que la siguieron. Tras las visiones, Catalina compartió la experiencia con su confesor, que al principio no creyó la historia. Sin embargo, la difusión de la Medalla, más tarde llamada «milagrosa» por la gente debido a los prodigios que obraba y al creciente número de milagros asociados a ella, llevó a su aceptación y a la creación de la propia medalla en 1832.
Catalina continuó viviendo una vida de modestia y servicio como miembro de las Hijas de la Caridad, dedicándose al alivio de los pobres y los enfermos. A lo largo de los años, su experiencia espiritual y su papel en la difusión de la Medalla Milagrosa han hecho de su nombre un símbolo de fe y devoción para millones de católicos de todo el mundo.
Muerte y canonización
Murió el 31 de diciembre de 1876, pero su legado espiritual perdura a través de la labor de la Compañía de las Hijas de la Caridad y de la continua difusión de la Medalla Milagrosa, que sigue aportando consuelo y esperanza a quienes acuden a la Virgen con confianza y sincera devoción. Fue beatificada por Pío XI el 28 de mayo de 1933 y canonizada por Pío XII el 27 de julio de 1947: sus reliquias reposan en la capilla donde tuvo sus apariciones. La fiesta litúrgica de las Familias Vicencianas es el 28 de noviembre.
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